27 marzo 2006

Lo que valen los Prados de "El Bosque"

El proyecto de un Parador en el Prado Bajo de ?El Bosque? (20.000 m2) supone algo más que una amenaza para el conjunto de esta villa renacentista, pues los prados, aquí, no son meros terrenos libres ni solares aptos para construir, sino que forman parte del diseño de la villa desde su origen en la primera mitad del siglo XVI. Comprendo perfectamente que a los bejaranos, acostumbrados al verde abundantísimo de sus montes y prados, esta porción de pasto les parezca algo insignificante que puede ser sacrificado ante un supuesto beneficio mayor. Pero, como tantas otras cosas de esta vida, la verdad es mucho más compleja y se hace preciso indagar, leer, documentarse para evitar juicios precipitados y, sobre todo, daños irreparables. Por favor, no opinéis sin saber. Mi intención con este artículo es bien clara: hacer ver a los lectores -y hasta algún político sensible e inteligente, si se tercia- el valor que tienen los prados de ?El Bosque? en la composición general de la villa y, por consiguiente, lo inadecuado de levantar allí un Parador o cualquier otra edificación.

1.- EL PRADO EN LOS JARDINES DESDE LA ANTIGÜEDAD AL RENACIMIENTO

Me perdonaréis que retroceda casi dos mil años hasta los tiempos de Plinio el Joven (siglo I d. C.). Nuestro Prado Bajo no es tan antiguo, desde luego, pero sí la idea que lo inspiró, común a otras villas y jardines del Renacimiento que encontraron en las Cartas de este autor latino parte de los ansiados modelos de la Antigüedad. El acaudalado Plinio poseía varias villas y en su obra aporta información sobre dos de ellas: la del Laurentium, junto al mar, y la de la Toscana, rodeada por colinas y montañas. En su detallada descripción de la segunda hace un sincero elogio del paisaje donde estaba enclavada y valora la sucesión de bosques y cultivos desde las cumbres del Apenino hasta la villa, incluyendo las viñas, los campos y los prados, que -dice- ?están llenos de flores y parecen esmaltados de gemas?. Pero los prados no sólo forman parte del paisaje exterior, sino que se encuentran también dentro del vasto recinto de la villa, no lejos de los espacios arquitectónicos y ajardinados del xisto: ?No menos digno de verse desde el xisto, además de las cosas ya vistas por razón del artificio, es el prado, por su gracia innata?; y también junto al jardín del hipódromo: ?En un sitio aparece un pequeño prado, en otro, el boj modela miles de figuras?.

Así pues, el valor del prado en la composición de la villa tiene claros antecedentes en la cultura romana, inspiradora de la del Renacimiento a través de tratadistas como Leon Battista Alberti, Filarete o Francesco di Giorgio. Precisamente Alberti propugna la presencia del prado dentro de la villa en varios pasajes de sus obras, en particular De Re Aedificatoria (redactado antes de 1452), cuando se ocupa de las condiciones que han de tener las casas de campo, con una influencia constatada en villas mediceas como las de Fiésole (1455-1461) y Poggio a Caiano (1485-1545), entre otras.

El ejemplo más evidente de recuperación de la villa antigua (por las referencias directas a la obra de Plinio, además) es la inacabada Villa Madama en el Monte Mario de Roma, obra de Rafael Sanzio, Antonio da Sangallo el Joven y Giulio Romano (1516-1527) donde se combina por primera vez la implantación de la villa en un entorno natural (la casa se sitúa entre el bosque y los prados), la unificación axial de las terrazas (aunque en conjuntos diversos) y las vistas panorámicas, generando nuevas secuelas arquitectónicas tras el paréntesis del Saco de Roma. Con muy pocas excepciones, las mejores villas italianas que se construyeron de nueva planta desde entonces (sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVI) incorporan en su composición un denso bosque, un parque con zonas de pradera o ambos. Es el caso de la Villa Médicis en Castello (1538-1595), también rodeada de viñas, el Bosco de Bomarzo (1552-1585), la Villa Médicis de La Petraia (1568-1598) o la Villa Lante en Bagnaia (1568-1623). La Villa Médicis de Pratolino (1569-1585), integrada por un bosque de abetos, tuvo un amplio prado rectangular delante de la inmensa escultura del Apenino y su estanque; otra pradera, atravesada por el vial de acceso (arbolado, como en ?El Bosque?), se conserva todavía en la Villa Aldobrandini (1598-1621), situada en las colinas de Frascati. Y así, por centenares.

El prado, en todos los casos que cito -ya sea sometido a una figura geométrica y de pequeñas dimensiones o extenso e irregular-, queda dentro del recinto perfectamente cercado de la villa y no fue privativo de los ambientes italianos, pues también formaba parte del acompañamiento vegetal en los parques franceses y flamencos de la misma época. El testimonio de Juan Calvete de Estrella durante el ?felicísimo viaje? de Felipe II por aquellas tierras (1549) no deja lugar a dudas sobre el valor de los prados y bosques del palacio de Mariemont, situado en Marienburg, cerca de Bruselas:
?da muy buen contentamiento con los frescos jardines y claras fuentes que tiene: cercada todo de agua y de grandes y lindas arboledas, con una vista algo eminente por todas partes de muy frescas yervas y olorosas florestas, donde hay muchos venados, conejos, liebres y otras diversas caças.?

Dos paisajes del Museo del Prado, pintados por Jan Brueghel de Velours (1568-1625) y Joost de Momper, confirman esta visión a través de distintas perspectivas del vastísimo parque de Mariemont, enclavado en el bosque de Morlanwelz y comenzado hacia 1546 para la reina María de Hungría. En uno de estos cuadros se ve el palacio a lo lejos y, delante, la extensión de prados surcados por alamedas con doble hilera de árboles; el término más cercano lo ocupa un estanque rectangular con su isleta en medio y prados de siega entre bosquetes. El segundo cuadro muestra otro aspecto del mismo parque, con una colina boscosa como fondo y un prado en primer término donde la nueva dueña de Mariemont y su corte archiducal pasean entre los asustadizos ciervos. La archiduquesa no era otra que Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois, que curiosamente había venido al mundo en un lugar muy parecido: el Bosque de Segovia (Valsaín) en 1565. Vayamos, pues, a Valsaín.

2.- EL PRADO EN LOS EJEMPLOS ESPAÑOLES

En 1552, el todavía príncipe Felipe inició su obra más personal y menos cortesana a poca distancia de Segovia, en cierto lugar a orillas del Eresma donde ya existía un pabellón de caza de la época Trastámara. Aunque el proyecto -encomendado a Luis de Vega- supuso la construcción de un palacio de respetables dimensiones y formas flamencas semejantes a las de Boussu, la intención deriva claramente del modelo suburbano de la villa. Las orgullosas torres -a excepción de la llamada ?Nueva?- cayeron hace tiempo y poco o nada queda ya de los pórticos y jardines. Sin embargo, sí se conservan los extensos terrenos de su primitivo recinto, conocidos por la documentación con los significativos nombres de ?el bosquecillo? y el ?Parque del Rey?, ambos dentro de una cerca alargada que recuerda mucho a la de ?El Bosque? de Béjar, aunque de mayor superficie. Tanto El Bosquecillo como El Parque eran zonas libres en las que alternaban el arbolado y los prados, y así se aprecia en el dibujo de Anton van Den Wyngaerde de 1562, en pleno proceso de construcción del palacio. En tales espacios se criaban ciervos y gamos (como los que hoy mismo alegran el cercano Bosque de Riofrío) que en años malos podían ser alimentados con el acopio de la ?Casa de la Hierba?, dispuesta para tal fin.

Las realizaciones suburbanas y campestres de Felipe II darían juego para otro artículo, así que bastará por ahora con que mencione sólo un par de ejemplos más. Primero: La Fresneda (1563-1576), con sus amplísimos terrenos de prados, dehesas de fresnos y bosques al pie de El Escorial. Segundo: la Casa de Campo -todavía un lujo de espacio verde para Madrid- que tuvo desde 1567 su palacete (la antigua casa de los Vargas) rodeado de jardines geométricos y un parque con cinco estanques y bosques alrededor. En estas obras convergen las influencias flamencas, francesas, inglesas e italianas recibidas durante los viajes de juventud del rey, aunque no faltan las aportaciones locales. Uno de los primeros estudiosos del jardín filipino -Francisco Íñiguez Almech (1952)- destacó la disposición gradual de sus componentes, desde las piezas arquitectónicas y los jardines de cuadros hasta los corrales y vergeles, que lindaban con las praderas sembradas de trifolio o trébol -propias del ?parque y soto?- y con el ?bosque o coto?.

3.- EL PRADO COMO LUGAR LITERARIO

Hasta aquí, las referencias tipológicas y teóricas sobre la presencia del prado en la villa a través de una secuencia histórica de ejemplos ciertamente apresurada e incompleta. Pero también se trata de un lugar literario, un elemento simbólico de raíz tardomedieval que se retoma desde la nueva sensibilidad renacentista, abierta al universo sensorial y al goce de la Naturaleza. Así, el ?prado-esmaltado-de-flores? que ya aparecía en las Cartas de Plinio resurge en la obra de Bocaccio (mediados del siglo XIV), pero también las descripciones arcádicas de Virgilo por mediación de Sannazaro, y está presente en la poesía española desde Garcilaso en adelante: Hurtado de Mendoza, Gómez de Tapia, Cervantes o, entre tantos otros, Cristóbal de Mesa, que no se inspira en motivos bucólicos imaginarios, sino en los encantos de ?El Bosque? mismo.

4.- LOS PRADOS DE ?EL BOSQUE?

De todo lo dicho antes se deduce que los prados de ?El Bosque? constituyen, precisamente, el parque de esta villa. Por la documentación conocida sabemos que la propiedad estuvo en manos del fundador del linaje Estúñiga en Béjar, Diego López (1396-1417), quien ?lo tuvo, aunque más reducido, para diversión y caza?. Algunos años antes de 1555 -pero muy probablemente antes de 1540- aquel primer coto cinegético fue ampliado por Teresa de Zúñiga (1531-1565) a costa de terrazgos y bienes concejiles: por el Sur, con el ?Quarto Alto de la Dehesa del Rebollar? (todo Montemario hasta el Prado Domingo) y por el Oeste, con una parte del ?Prado San Juaniego? (también llamado ?La Justa?), destinado al pasto de las caballerías y con privilegio de riego. El pleito promovido por los bejaranos contra la Casa ducal, iniciado en 1555, aporta nuevos datos sobre la extensión de la villa: la apropiación de la parte Sur sólo se le consintió en vida a la duquesa y no pudo vincularla al mayorazgo, pero la parte del Prado San Juaniego que se había anexionado quedó definitivamente incorporada a la propiedad junto con su generoso régimen de regadío (al que se había añadido el desvío de la Garganta del Oso, otro de los motivos del pleito). En este Prado San Juaniego tenía Teresa de Zúñiga sus ?muchos gamos e ciervos? y no es otro que el Prado Bajo, atravesado por la alameda (elemento de ordenación axial de primer orden) y repartido en sus dos zonas, llamadas Prado Bajo del Monte y Prado Bajo de la Solana (esta última plantada de nogales y morales en el siglo XVIII). La villa dispone de otras superficies de prado: el Prado Chiquero, en una terraza paralela a las Caballerizas, y el Prado Alto, más extenso desde el siglo XVIII, cuando consta que fueron desmanteladas las ?huertas de arriba? y sus ?calles de celosía?, de las que se conservan restos muy evidentes. En esta misma época, el duque Juan Manuel II introdujo ?corzos y corzas? y unas curiosas ?vaquitas de flandes? (antecedente del uso ganadero que ha perdurado hasta hace pocos años), además de especies cinegéticas como el faisán.

La cerca perimetral que hoy sigue delimitando la superficie de la villa fue completada poco después de la muerte de Teresa de Zúñiga, hacia 1568, por iniciativa su hijo Francisco y fija de forma definitiva los límites de ?El Bosque? como villa del Renacimiento dotada de bosque, parque, huertas, jardines y obras de arquitectura, partes de un todo que no puede desmembrarse en tanto obra de arte sin que su unidad resulte gravemente mutilada. Que ?El Bosque? era percibido así por quienes lo disfrutaron en su mejor momento es algo que resulta meridianamente claro en la conocida descripción de 1685, debida al presbítero Tomás de Lemos:
?Es El Bosque un sitio al oriente de Béjar que junta las circunstancias más diferentes, porque tiene la amenidad del valle, el piso de prado, lo inculto del monte, alamedas, huertas, jardines y la vista de la sierra siempre nevada.?

5.- OTRA VEZ AL MUSEO DEL PRADO. CONCLUSIÓN

De los prados de ?El Bosque? damos otro salto hasta El Prado de Madrid. El actual Museo del Prado recibe su nombre del antiguo prado comunal de la villa que fue transformado como paseo público en el Siglo de Oro según un tipo de ajardinamiento de feliz secuela: el Salón del Prado, formado por largas calles arboladas con fuentes en sus extremos como todavía hoy -aunque muy reformado- puede disfrutarse frente a la Puerta de Velázquez. Pero hoy no me interesa ese célebre paseo, sino uno de los mejores cuadros que alberga nuestra primera pinacoteca, y de este mismo autor: Las Meninas, cuya condición de obra de arte nadie pondrá en duda. Hagamos una sencilla comparación entre este cuadro y ?El Bosque?. Ambas obras disponen de un elemento delimitador (el marco en una, la cerca de piedra en otra) que permite distinguir con absoluta claridad la obra de arte de lo que no lo es; ambas contienen formas diversas en composición armónica (líneas y manchas de color en una, bosque, prados, huertas, jardines y arquitecturas en otra); en ambas su creador ha establecido áreas de mayor concentración compositiva (figuras o personajes retratados en una, jardines y arquitecturas en otra) junto a otras áreas más ?relajadas? (fondos oscuros en una, verdes prados en otra), equiparables, según Consuelo Martínez-Correcher, a los imprescindibles silencios de una composición musical. ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a recortar los fondos de Las Meninas para pegar -pongamos por caso- propaganda electoral, a sustituir parte del cuadro por otra cosa? Pues eso mismo representa el Parador en la villa ?El Bosque?: la amputación de la obra para un fin impropio que puede acomodarse con mayores ventajas en otros edificios o terrenos de la ciudad.

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09 marzo 2006

Villa Vigoni ¿Un Ejemplo para "El Bosque de Béjar"?

A las orillas del lago de Como, en la vertiente meridional de los Alpes, hay numerosas villas de recreo, construidas como lugares de ocio y descanso estival por nobles o acaudalados burgueses residentes en Milán. Estas villas constituyen una nota distintiva de la intervención humana en un paisaje en el que, desde al lago a las altas cumbres, pasando por las empinadas laderas del valle, todavía se siente el poderío de la naturaleza. Gran número de estas villas fueron construidas en la primera mitad del siglo XIX. Ni que decir tiene que gozan del mayor aprecio de todos, incluidas las autoridades municipales, y que son raras las intervenciones desafortunadas, sin que tampoco pueda hablarse de derribos para dar paso a obras de nueva planta.

Una de estas villas o, mejor dicho, dos, están emplazadas en una propiedad de unas veinte hectáreas que fue donada al gobierno alemán por su acomodado propietario a finales de los años ochenta, incluyendo todo su mobiliario, biblioteca y una destacada colección de obras de arte. Poco después se constituyó una fundación germano italiana, llamada Villa Vigoni, para la realización de actividades formativas de tipo científico y cultural, aportando cada uno de los países una generosa subvención con cargo a sus presupuestos respectivos. Primera pregunta: ¿podrían en España establecer una colaboración similar el gobierno central y uno autonómico, o dos gobiernos autonómicos? Primera reflexión: los gobiernos de dos países son capaces de lanzar y mantener una actividad común.


La propiedad tiene un espléndido parque, mirando hacia el lago de Como que, por una ilusión óptica, parece estar al alcance de la mano, pese a que hay que recorrer más de un kilómetro hasta llegar a su orilla. Magníficos ejemplares vegetales son dueños y señores del territorio donde, además de las dos residencias sólo hay un pequeño templo y un invernadero. Si los edificios pueden considerarse un museo por las piezas que albergan, el espacio abierto es un jardín botánico muy variado y cuidado.


En el complejo se desarrollan a lo largo del año numerosas actividades, que incluyen alrededor de cincuenta congresos y reuniones científicas. Los participantes se alojan en el conjunto, cuyos edificios han modernizado sus instalaciones pero no han modificado su estructura. Esto supone un límite de oferta, ya que allí no pueden alojarse más allá de sesenta personas. Segunda pregunta: ¿No sería más provechoso, puesto que el lugar es tan apreciado, ampliar la capacidad de alojamiento? Segunda reflexión: Tiene más valor conservar lo existente que ampliarlo.


La fundación cuenta con una magnífica organización y desarrolla un apretado calendario de actividades, para las que los gobiernos italiano y alemán aportan en conjunto aproximadamente la cuarta parte de los gastos anuales de funcionamiento. Tercera pregunta: ¿No podrían suprimirse las aportaciones públicas si se realizasen otras actividades económicamente más productivas? Tercera reflexión: un euro de dinero público moviliza otros tres de aportaciones privadas, para beneficio de la cultura y de la investigación científica.


Viajar es conveniente porque, además de poder conocer otras gentes, otros modos de vida y otros paisajes, permite apreciar mejor el valor de lo propio y contrastar nuestras actitudes con las ajenas. En este viaje, realizado por motivos de trabajo, he podido darme cuenta de que mientras a nivel local no dejamos de preguntamos cosas, en el exterior podemos encontrar soluciones a muchos de nuestros interrogantes y, muy a menudo, ejemplos de que la rentabilidad inmediata puede no determinar la mejor de las opciones cuando se trata de la conservación del patrimonio cultural.